La energía debe cuidar la tierra

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Por Alieto Aldo Guadagni (Academia Argentina de Medio Ambiente)

Las consecuencias negativas del cambio climático han estado fuera de la ponderación económica, porque no se ha incluido el costo de los efectos perjudiciales que este cambio tiene en la salud, la producción y en la viabilidad de naciones que son vulnerables. La aspiración de los contaminantes de eludir la carga de la externalidad negativa del cambio climático complica la negociación en el ámbito de las Naciones Unidas. Esta externalidad global pone en riesgo el clima, que es un bien público global, por esta razón el reconocimiento o la negación de esta importante externalidad es crucial en la política energética.

El Secretario General de Naciones Unidas advirtió en la reciente Asamblea General que “el mundo está ardiendo y es urgente revertir el curso del cambio climático”, convocando a la acción para combatir el calentamiento global en un evento de líderes mundiales el 12 de diciembre, a cinco años de la firma del Acuerdo de París, reconociendo que la última década fue la más calurosa registrada y las concentraciones de gases de efecto invernadero han seguido aumentando.

El mundo necesita el progreso económico como condición, aunque no siempre suficiente para eliminar la pobreza y la indigencia, por esta razón es necesario retomar el sendero del crecimiento económico pero, al mismo tiempo, abatir las emisiones contaminantes mediante medidas orientadas a la expansión de las actividades que contribuyan a reducirlas. El mundo está lejos de los objetivos que se propuso hace cinco años en la reunión de Naciones Unidas en París y aún no hemos logrado acordar eficaces políticas internacionales. Hay que actuar en los próximos años sin las demoras que hemos tenido en el pasado, con acuerdos efectivos entre todas las naciones, que deberán asumir la responsabilidad común pero diferenciada, teniendo en cuenta la gran desigualdad en las emisiones por habitante.

El Observatorio Meteorológico de los Estados Unidos establecido en Mauna Loa (Hawai), informa que los gases CO2 acumulados en la atmósfera ya llegan a 414 partes por millón (ppm), esto significa un aumento de 2,5 ppm en los últimos 12 meses. A este ritmo en apenas 15 años cruzaríamos la barrera crítica de los 450 ppm, requerida para que la temperatura global no se incremente 2 grados centígrados sobre el nivel preindustrial. La Tierra está sufriendo cambios climáticos que amenazan cada vez más con crecientes inundaciones, sequias, incendios, aumento del nivel del mar y deterioro de la producción de alimentos. Si no se toman medidas sin demoras será difícil adaptarse en el futuro a estos nocivos efectos. Existen cuatro hechos que inciden en esta creciente amenaza global:

  • la mayor concentración de gases de efecto invernadero (GEI) está relacionada con la ascendente temperatura de la Tierra;
  • esta concentración viene aumentando desde la Revolución Industrial y, con ella, la temperatura del planeta;
  • el GEI más abundante, alrededor de dos tercios de todos los tipos de GEI, es el dióxido de carbono (CO2) que resulta de la quema de combustibles fósiles;
  • una parte de la rentabilidad financiera del uso de los contaminantes combustibles fósiles, se logra a expensas del clima y la atmósfera del mundo. La naturaleza hace que esa carga contaminante se desplace de manera intergeneracional, o sea es un gravoso pasivo que nuestra generación le está dejando a la próxima.

El principal objetivo del Acuerdo de París (2015) fue definir la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático manteniendo el aumento de la temperatura mundial por debajo de los 2˚C con respecto a los niveles preindustriales y proseguir con los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5˚C. Pero los avances han sido mínimos, ya que aún se necesita mucho más para neutralizar las emisiones contaminantes que han venido creciendo desde la Revolución Industrial, impulsadas por el crecimiento económico de las últimas décadas. Las emisiones del 2019, originadas por los combustibles fósiles, fueron 136 por ciento mayores a las del año 1971. La pandemia está cambiando transitoriamente esta situación, ya que la caída en la utilización de combustibles fósiles que se viene registrando está reduciendo las emisiones de CO2, que se estima que este año serán las inferiores de la última década debido a la recesión económica global, pero esta no es una solución sustentable ni alcanza ya que Mauna Loa nos alerta que día a día sigue aumentando el CO2 acumulado en la atmósfera.

Recuperar los niveles productivos globales perdidos por la recesión, exigirá medidas fiscales y monetarias, que apunten a estos objetivos. Estas medidas deberían incluir un tratamiento orientado a la expansión de las actividades que contribuyan a reducir las emisiones; destaquemos las tecnologías industriales con menos consumo energético, la expansión de las energías limpias (nuclear, solar, eólica, hidroeléctrica y otras renovables), la modernización con menos emisiones de la industria automotriz y del transporte público urbano e interurbano, la expansión del ferrocarril de pasajeros y de cargas para reducir las emisiones, y la construcción de edificios con normas que apunten a la reducción del consumo energético. Al considerar el impacto ambiental de los nuevos vehículos eléctrico tendríamos que asegurar que el consumo eléctrico de estos vehículos sea abastecido por fuentes de generación de energía que sean “limpias”.

Los impuestos sobre el CO2, son un instrumento eficaz para promover el uso de combustibles “limpios” y también mejorar la eficiencia energética. Es cierto que las personas de bajos ingresos resultarían las  más perjudicadas por este impuesto, ya que destinan un porcentaje más alto de sus ingresos al consumo energético, pero como destaca el FMI es posible implementar políticas compensatorias, ya que los impuestos sobre el CO2 generan ingresos fiscales adicionales que pueden ser utilizados para reducir impuestos regresivos, como los impuestos al trabajo y también se pueden devolver selectivamente mediante transferencias monetarias a favor de las personas de menos ingresos.

Cumplir con las metas del Acuerdo París exigirá avanzar hacia una nueva matriz energética que abata sensiblemente las actuales emisiones contaminantes, esto exigirá impulsar sin demoras las energías “limpias”, es decir aquellas que no utilizan recursos fósiles como el carbón, el gas y el petróleo. En la actualidad estas energías fósiles contaminantes representan nada menos que el 84 por ciento de la producción mundial de energía, según las últimas estimaciones de BP esta proporción se reduciría a un 66 por ciento hacia el año 2050, teniendo en cuentas las políticas energéticas vigentes en el mundo. Pero con esto solo no alcanza, ya que lo que cuenta es la magnitud del consumo total de energía fósil que no se reducirá ya que será en 2050 casi el mismo que ahora. Tener en cuenta que hacia el 2050 la población mundial aumentara en 2000 millones y el PBI mundial seria un 130 por ciento mayor al actual.

Reducir drásticamente las emisiones de CO2 para cumplir con el Acuerdo de París exigiría una sostenida expansión de las energías limpias, que hacia mediados de ese siglo deberían ser cinco veces mayores a las actuales para poder generar así nada menos que el 80 por ciento de la energía total. Como se observa se trata de un cambio fundamental en la política energética mundial, que apunta a que el consumo global de energías fósiles sea en el 2050 apenas la cuarta parte del actual.

Si no se implementa una nueva política energética global, correremos el riesgo de tener una recuperación productiva cuando superemos la pandemia, pero también un repunte de las emisiones contaminantes. El objetivo global debe ser preservar el medio ambiente en el planeta que está siendo amenazado, no solo por la pandemia del coronavirus, que podrá ser superada gracias a las investigaciones científicas, sino también por estas emisiones contaminantes donde la amenaza es creciente y aún no hemos logrado acordar eficaces políticas internacionales.

Es necesario la adopción global de las energías “limpias” asegurando que cuando recuperemos los niveles productivos y de empleo, no dejemos de lado la necesidad de transitar hacia una economía más “limpia”, con una nueva generación de energía que cuide nuestra Casa Común.